Historias de acá y de allá
Historias
de viajeros
Rosario su población e
industria
Extractado
de “Viaje a caballo por las provincias argentinas” de William Mac Cann.
El
autor de este Viaje a caballo por
las provincias argentinas, el inglés William
Mac Cann, fue un negociante inglés,
llegado al país en 1842 atraído por los beneficios comerciales que habían
obtenido en el Río de la Plata muchos británicos que constituía el mayor
aliciente para los especuladores de la época.
En
el mes de noviembre de 1847, después de muchas idas y venidas, salió de Buenos
Aires para realizar su segundo viaje por las provincias argentinas, esta vez
hacia el norte del país, lo que lo llevó a pasar en primer término por la
provincia de Santa Fe. Alrededor del 30 de noviembre partió para Rosario desde
el casco de la llamada La
estancia inglesa considerada una de las
mejores de la provincia y que ocupaba Don Prudencio Arnold. Lo que sigue es lo
que Mac Cann cuenta sobre Rosario en su libro:
“Al día siguiente, nos
proporcionaron caballos y partimos para Rosario. En el camino atravesamos
campos de buenos pastos pero escaso ganado y por algunos momentos anduvimos
entretenidos en la contemplación de esa ilusión óptica llamada miraje. Ya cerca de Rosario pasamos
junto a una extensión de trigo, muy en sazón y lista para la hoz. Observamos
también algunas personas que se ocupaban en remover la tierra, haciendo un
plantío de melones.
Entramos a la ciudad en la hora de
la siesta. Las casas y tiendas estaban, naturalmente, cerradas; sólo por azar
se veía algunas personas en las calles. Rosario se halla situada sobre las
barrancas del Río Paraná; la vista que ofrece, por el lado del río, se parece
mucho a la de San Nicolás, aunque desde esta última ciudad, el panorama es más
extenso y variado. La población será de unos cuatro mil habitantes. En la plaza
se alza la iglesia, edificio moderno con el que se ha pretendido – según parece
– imitar el templo inglés de Buenos Aires, aunque el estilo griego de este
último resulta bastardeado por la adición de una torre y un campanario en cada
uno de los ángulos del frontón. Hay en Rosario dos escuelas, una de varones y
otra de niñas. Las mujeres son muy industriosas; hilan lana de muy buena
calidad y la tiñen con bonitos colores mediante hierbas y raíces recogidas de
los campos y en las islas del Paraná. Con el hilo así teñido, elaboran tejidos
muy firmes y sólidos que sirven para fabricar ponchos. El poncho más fino
cuesta, por lo general , una suma equivalente a diez libras esterlinas.
Templo parroquial inaugurado en 1036 y que duró hasta 1882 |
En el puerto estaban atracadas tres
goletas descargando mercaderías de Montevideo y recogiendo carga para el mismo
destino. Una tropa de mulas destinadas a conducir mercaderías por las
provincias del norte, pasaba en los alrededores; también se cargaba un convoy de
carretas con destino a Córdoba.
Muchas mujeres lavaban lana en la
orilla del río. Éste trabajo les representa uno diez peniques diarios. Un grupo
de hombres se ocupaba en moler trigo al aire libre con una maquinaria rústica
en extremo: las muelas tenían unos dos pies de diámetro, la coronaria era de
dientes muy irregulares y sus maderos estaban asegurados con grandes clavos y
fajas de cuero. Una yunta de caballos, galopando a una velocidad de unas siete
millas por hora, hacía girar la rueda. Un tabique de cuero protegía la harina,
del viento y del polvo.
Rosario es el principal emporio de
comercio en la provincia de Santa Fe y el puerto por donde las provincias de
Córdoba, Mendoza, San Luis y algunas otras realizan necesariamente su comercio
exterior. Una vez que los vapores puedan remontar el río Paraná, llegando hasta
el Paraguay, todo el intercambio comercial de las provincias del norte se
efectuará por este puerto. La situación favorable de Rosario, así como la
inmensa extensión de suelo fértil, accesible a sus habitantes, harán siempre de
esta ciudad un centro próspero, propicio a la industria y laboriosidad de sus
habitantes. Después de Montevideo, Rosario está destinada a ser el puerto más
importante de esta parte de América. Cuando llegue el tiempo de las empresas y
los capitalistas del país se dispongan a construir ferrocarriles, su primer
acto será sin duda trazar una línea desde esta ciudad hasta Río Cuarto, con
ramales a San Luis y Córdoba.
Los únicos extranjeros que existen por ahora,
son unos pocos italianos – menestrales y dueños de pulperías – y un solo
alemán. No he encontrado ningún súbdito británico. La hospitalidad que nos
prestó don Antonio Berdier y las informaciones que me facilitó, hicieron muy
agradables nuestra permanencia en la ciudad.”
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