Cuenta cuentos: El emperador y el teatro de Sariaband
Cuentan que cualquiera puede pararse a la puerta de la sala del trono y
esperar su turno simplemente para acercarse al Emperador y decirle, por
ejemplo:
-Señor, a mi me gusta mucho el teatro. ¿No le
parece que podría mandar a que construyeran uno?
Probablemente
Ekkemantes II se sonreirá porque a él también le gusta mucho el teatro y se
pondrá a hablar con entusiasmo de la última tragedia en verso de Orab’Maagg que
se estrenó en la capital hasta que alguno de sus consejeros le haga notar con
una tosecita discreta que no puede pasarse una hora charlando con cada uno de
sus súbditos porque entonces no le va a quedar tiempo para gobernar. Y
Probablemente el buen Emperador, que parece hecho solo para la sonrisa y el
gesto bonachón pero que supo empuñar las armas y manejarlas como un ángel de
alas negras de la guerra cuando se trató de aniquilar en el Imperio la codicia
y la crueldad de una casta maldita, le conteste al consejero que charlar una
hora con cada uno de sus súbditos es una manera de gobernar, y no de las
peores, pero el señor consejero tiene razón y que para no perder más tiempo tan
valioso, redacte el señor consejero un decreto que el Emperador firmará, en el
que se mande construir un teatro en el pueblo de Sariaband. También es posible
que el consejero abra muchos los ojos y diga:
-Señor,
la construcción de un teatro, aun la de un teatro de un pueblo tan pequeño, es
una empresa cara.
-Oh,
bueno, bueno – dirá quizá el Emperador –no nos vamos a andar fijando en eso.
Aparte de que un teatro nunca es caro porque lo que pasa allí dentro enseña a
las gentes a pensar y a comprender, alguna joya habrá en el palacio, algún
tesoro en los sótanos, que pueda solventar los gastos. Y si no los hay, pidamos
a todos los actores del Imperio que trabajen un solo día, una sola tarde, una
sola función destinando lo que se recaude a la construcción del teatro de
Sariaband en el que alguno de ellos actuará alguna vez y en donde se consagrará
algún día un hijo o una hija de ellos, o u discípulo al que en este momento
está tratando de enseñarle las ciento once maneras de expresar el dolor en
escena. Y cuando los actores nos digan sí, levantaremos un teatro de mármol
rosado de ése que se saca de las canteras de la provincia de Sariabb, y
pediremos a los escultores de la Academia Imperial que tallen las estatuas de
la comedia y la tragedia para flanquear la entrada.
Y el
aficionado al teatro se irá contento, silbando, con las manos en los bolsillos
y el paso ligero, y tal vez antes de llegar a la puerta del gran salón del
trono oiga cómo el Emperador le promete a los gritos que él mismo en persona va
a ir a la inauguración del teatro, y como el señor consejero chasqueará la lengua
desaprobando semejante transgresión al protocolo.
¡Claro sería crear trabajo
inútil!
Este
fragmento, con excepción de lo que está en bastardillas, pertenece al libro
“Kalpa Imperial” de la escritora rosarina Angélica Gorodischer.
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