Historias de acá y de allá


Al finalizar la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay quedaban en los restos de ese país28.746 paraguayos de sexo masculino, 106.000 mujeres y 86.079 niños. Cuando estalló la guerra, la población paraguaya alcanzaba a 1.337.489 habitantes. A los aliados les costó alrededor de un millón de hombres.

Hay en el Paraguay muchas historias que merecerían la pena de ser contadas. El general Mc Mahon, ministro plenipotenciario de EE UU ante el Paraguay en reemplazo de su antecesor, el nefasto Charles Ames Washburn, dijo: “Nunca hubo una guerra sobre la cual se haya mentido tanto como la guerra del Paraguay”.

Este episodio es una versión libre del relato del coronel Thompson en “The war in Paraguay” pag. 124 que se puede leer en el libro de William E. Barret “Una amazona” de la Editoral Jackson de Ediciones Selectas - Segunda edición – 1952.

En este relato se pone de manifiesto la consustanciación del pueblo paraguayo con su conductor Francisco Solano López más allá de los juicios que él merezca al respecto.

La guerra es un crimen dice Alberdi, y llevada adelante por la alianza de tres países hermanos contra otro país hermano uno aún mayor. Los intereses políticos y económicos de las potencias de la época y de las clases dominantes en los países latinoamericanos que conformaron la nefasta alianza, veían en el Paraguay del tirano López un modelo de desarrollo contrario a lo que ellos proponían.

Valla esta historia del vaporcito paraguayo como un pequeño homenaje a un pueblo que defendió la dignidad que les había permitido el tirano López.
 
El vaporcito



Un año después de haberse constituido la Triple Alianza, López era el jefe más completamente derrotado de la historia; pero se rehusó a admitirlo y no toleró que algún paraguayo lo admitiera.

Cuando los ejércitos aliados expulsaron a su ejército de Corrientes, la flota aliada se dirigió río arriba. Resistió a esa flota, que incluía seis novísimos acorazados, con el diminuto fuerte de Itapirú, montado con tres cañones. Cada vez que una nave hostil se aproximaba, los tres cañones entraban en acción y el enemigo hacia fuego desatinadamente y se retiraba. El fuerte retuvo a la flota enemiga seis meses.



La flota aliada se hallaba a la vista de Paso de la Patria y sus naves principales estaban ancladas en el extremo de una de las islas situadas frente a Itapirú.

 

López llamó a la tripulación de un vaporcito paraguayo llamado el Gualeguay.

-Los brasileños – les dijo – son los peores tiradores del mundo y el Brasil se está empobreciendo por causa de su mala puntería. Recurren a grandes acciones de tributos para poder comprar municiones y cada vez que disparan un cañonazo por aquí, tienen que dejar a tres negros macacos que se mueran de hambre allí… Tendréis el privilegio de tentar a los brasileños a hacer fuego…

Los hombres del Gualeguay reían bulliciosamente antes de que López hubiera terminado de hablar.  Del mismo modo que todos los hombres de los destacamentos especiales tenían la impresión de estar conspirando, hombre a hombre con el gran Mariscal Presidente en la preparación de una buena broma.

Abandonaron la presencia de López con la mente fija en los negros brasileños a quienes obligarían a morir de hambre, y el mariscal volvió a su despacho. En ese tiempo estaba con él en el cuartel general Elisa Lynch, el general Díaz, los coroneles Wisner y Thompson, el obispo Palacios y su hermano Benigno. –Permitiré a esa lancha –les dijo- que permanezcan a tiro de los brasileños por espacio de una hora y apostaré con cada uno de ustedes que ni un solo proyectil la alcanza.

Los que rodeaban a Francisco debían apostar siempre del lado contrario al que él elegía. Elsia Lynch era ala excepción.

-Yo también apostaré por la lancha –dijo ella.

Los demás apostaron como López deseaba que lo hiciesen. Cuando las apuestas por diversas sumas estuvieron hechas, todo el grupo se trasladó a un punto ventajoso de observación; cada uno provisto con un largavista de los muchos que  López había importado de Francia.

Debajo de ellos, en el río, el Gualeguay avanzó airoso hacia el lugar en que estaba reunida la flota brasileña, disparando con sus dos pequeños cañones. Una nave brasileña contestó el fuego y, después de ella, toda la flota, lanzando contra el vaporcito toda clase de proyectiles, de 34 hasta 75 kilogramos.

A medida que aumentaba el cañoneo, crecía la excitación entre los acompañantes de López. El propio López caminaba de arriba abajo, gritando, mientras grandes de chorros de agua brotaban del río y el Gualeguay hacia zigzag entre el bombardeo, internándose y alejándose y volviéndose a internar.

En el Paraguay no hay crepúsculo. La noche llega como una cortina que desciende. Cuando el sol se ocultó, el barco disparó un último cañonazo burlón, dio media vuelta y regresó a puerto a toda marcha. Una lluvia de proyectiles señaló su partida y López se destornilló de risa.

-¡Ni un solo impacto! –exclamó gozoso. – ¡Ni un solo impacto! ¿No les dije? Cualquier cañón es inútil en manos de los brasileños.

Cobró sus ganancias y esa noche ofreció una gran comida a los perdedores. Elisa Lynch cobró sus apuestas personales y partió en busca de la tripulación de la lancha.

-¿Hay algún herido? –Preguntó.

-Ni uno solo Señora Madama

Los hombres estaban de humor excelente y grandes sonrisas iluminaban sus rostros morenos. Elisa Lynch sacó de su pequeño bolso las monedas que había ganado.

-Porque hayan dejado a tantos brasileños muriéndose de hambre –dijo- no es una razón para que los paraguayos tengan hambre. Vayan a celebrar con esto…

Su referencia a los brasileños provocó una carcajada y los hombres le agradecieron tanto el chiste como el obsequio. Lo presintió confusamente.

-También el Mariscal está orgulloso de ustedes –les dijo.

Se creyó en la obligación de decir algo más como despedida; pero nuevamente se apoderó de ella la sensación que había experimentado otras veces en la ocasión de la partida de destacamentos especiales; de que no llegaba a comprender a estos hombres y que Solano López los comprendía superlativamente bien. Daban por sentado el coraje en ellos mismos y en los demás, aceptaban el sufrimiento y la muerte como cosas inevitables y respondía de modo magnífico a los llamamientos imaginativos más sencillos y elementales. Comprendió menos a su destacamento especial en los días subsiguientes.

Todos los días, por tres semanas, la Gualeguay repitió su hazaña contra la flota brasileña durante dos horas. Todos los días se hicieron las mismas apuestas y los resultados fueron siempre los mismos. Aumentando en osadía cada escapatoria, el vaporcito llego casi hasta las planchas de la nave capitana brasileña. Otras naves aliadas se acercaron y tomaron parte en el ejercicio de tiro al blanco, pero el Gualeguay los arrostró a todos.

En el vigésimo tercer día fue alcanzado.

Una sensación de impotente tristeza se apoderó de todos los que observaban juntamente con López desde el terraplén. El dictador lanzó una imprecación y luego Elisa Lynch gritó:

-¡Están bien! ¡Miren! Siguen maniobrando.

Pero López había puesto a un lado sus anteojos. Manoseaba su bolso.

-Fueron alcanzados –dijo en tono osco.- Pagaré mis apuestas.

No miró el resto de la función mientras el vaporcito seguía gallardamente adelante a pesar del fuego intenso que siguió al impacto. Cuando la oscuridad puso fin al juego, Elisa Lynch descendió al muelle. Encontró a la tripulación del Gualeguay tan malhumorada como al propio López.

-Sí, Señora Madama, hemos tenido dos muertos… No, no fue malo. Cumplieron con su deber. Lo malo, en cambio, está en que el vaporcito fue alcanzado. Sólo una chimenea, Señora Madama, pero lo bastante para dar de reír a los brasileños.

Y después de una pausa:

-El Supremo no nos dejará salir más.

Tenía infinita tristeza la declaración del comandante del Gualeguay. Elisa Lynch se mordió los labios.

-No lo sé, nada a dicho. Quizás…

-No Señora madama- le hemos desilusionado.

Rehusaron el dinero que ella les quiso dar esa noche como se los había dado todas las noches; rehusaron agradecidos, pero rehusaron a pesar de todo. Y estuvieron en lo cierto acerca de López.

El Gualeguay no volvió a salir. El Brasil se había marcado un tanto y López estaba cansado del juego.

 
Notas:
1.- Las tres imágenes que se muestran son: 1ª.- Dibujo anónimo atribuido al vapor Gualeguay; 2ª litografía del fuerte Itapirú; 3ª Mapa de la época que muestra la ubicación del fuerte de Itapirú.
 

2.- El vapor Gualeguay fue un buque de vapor de la Armada Argentina cuya captura en la Invasión paraguaya de Corrientes, junto a la del 25 de Mayo, motivó la declaración de guerra por parte de la Argentina.
Construido en 1861 en astilleros de Escocia fue transportado desarmado a los talleres de Tallaferro & Cadelago, en la Boca del Riachuelo, donde se armó y completó su casco y maquinaria.
En 1865, fue llevado a la ciudad de Corrientes para proceder a su completa reparación.
Alrededor de las 6 de la mañana del 13 de abril de 1865 cinco buques de guerra paraguayos al mando del comandante Pedro Ignacio Meza, los vapores Tacuarí, Igurey, Paraguary, Marques de Olinda (capturado al Brasil) e Iporá, con 2500 hombres de desembarco, atacaron la ciudad de Corrientes y procedieron a capturar a los dos barcos de la Armada Argentina el 25 de mayo y el Gualeguay.
El vapor Gualeguay fue remolcado a Paso de la Patria y luego a Asunción, donde arribó el 21 de abril. En los Talleres del Arsenal de la capital paraguaya arreglaron las calderas, cambiaron la cubierta y montaron una colisa (montaje giratorio para cañones, en este caso en proa). El 10 de febrero de 1866 inició sus operaciones bajo bandera paraguaya ubicándose frente a Corrales para apoyar a las tropas expedicionarias.  A partir del 20 de febrero permaneció estacionario en Itapirú donde provocó repetidas veces a la escuadra brasilera y actuó como remolcador de los lanchones al mando del alférez José María Fariña.
El 23 de abril, ante el avance aliado, fue hundido en el riacho de Tobatí, cercano a Paso de Patria. Recuperado por la marina brasilera el almirante Tamandaré devolvió el buque a la Argentina, haciéndose cargo del mando el teniente de navío Juan Ignacio Ballesteros para trasladarlo a la ciudad de Buenos Aires para su reparación, finalizada la cual se hizo cargo del mando Ceferino Ramírez. En octubre partió al frente con pertrechos para el Ejército en operaciones y entre noviembre y diciembre de ese año permaneció estacionario en Itapirú en apoyo de las operaciones terrestres.
 




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